El sólo
quería el amor
de una
luna sin menguar
transformando
la tristeza
en
felicidad.
El le
regalaba días
de lluvia,
para difuminar
el llanto
raudal del corazón
marchito.
Entre
sueños, ilusiones
vacías
que el tiempo
se llevó,
él sólo con sonreír
era
feliz.
A su lado
camina
sin
tocarle, sin acariciar,
mientras
ella de agonía
duerme
entre los brazos
de una
soledad.
Al
despertar él le abraza
el alma y
besa sus sueños
pequeños
que crecen
al par de
la realidad.
Un amor
de ésos
que si de
infinitos
se comparan
y mueren
para
renacer y al menos
en
instantes sean de felicidad.
Gracias
dan por cruzarse,
porque
llegan cuando más
necesita
el alma el abrazo,
se van
prometiendo regresar.
María Gabriel Portilla México
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