Pasaba del medio día, el olor de pan caliente invadía aquella
calle. Un sol ardiente invitaba a todos a un
refresco. Ricardito no aguantó el delicioso olor del pan y
dijo:
- Papá, ¡tengo hambre!.
El padre, sin tener un centavo en el bolsillo, caminando desde
muy temprano buscando un trabajo, mira con los ojos mareados al hijo
y le pide un poco más de paciencia.
- Pero papá, ¡desde ayer no comemos nada,
tengo mucha hambre, papá!.
Avergonzado, triste y humillado en su corazón de padre, Alfredo le
pide al hijo esperar en la vereda mientras entra a la panadería que
estaba en frente. Al entrar, se dirige a un hombre que está en
el mostrador:
- Señor, estoy con mi hijo de tan sólo 6 años en
la puerta, tiene mucha hambre, no tengo ni una moneda, pues salí
temprano para buscar un empleo y nada he conseguido. Le pido
que en el nombre de Jesús me dé un pan para que yo pueda calmar el
hambre de mi hijo. En cambio, puedo barrer el piso de
su establecimiento, lavar los platos y vasos, u otro servicio que
usted necesite.
Alberto, el dueño de la panadería, mira a aquel hombre de
semblante humilde y sufrido que le implora comida a cambio de
trabajo, y le pide que llame a su hijo.
Alfredo llama a su hijo, lo toma de la mano y se lo presenta a
Alberto, que inmediatamente pide a los dos se sienten en una mesa
cerca del mostrador, y ordena servir dos platos de comida.
Para Ricardito era un sueño comer después de tantas horas en la
calle. Para Alfredo un dolor más, ya que comer aquella exquisita
comida lo hacía recordar a su esposa y a dos hijos más que
quedaron en casa solamente con un puñado de arroz. Al
primer bocado, sus lágrimas empezaron a salir de sus
ojos. La satisfacción de ver a su hijo devorando aquella
comida como si fuera un manjar de los dioses, y el recuerdo de
su familia en casa, fue demasiado para su corazón tan cansado de más
de dos años de desempleo, humillaciones y necesidades.
Alberto se aproxima a Alfredo y percibiendo su emoción, bromea para
tranquilizarlo:
- ¡Oh, María! tu comida debe estar sin
sazón. Mira a mi amigo, ¡hasta está llorando de tristeza!.
Inmediatamente, Alfredo sonríe y dice que nunca comió comida tan
apetitosa, y que agradecía a Dios por tener ese
placer. Alberto le pide que se tranquilice, que
almuerce en paz, que después conversarán acerca del trabajo.
Más calmado, Alfredo seca sus lágrimas y empieza
a comer. Luego, Alberto lo invita a su oficina.
Alfredo le cuenta que hace más de 2 años perdió su empleo
y que desde entonces, sin una especialidad profesional, y sin
estudios, estaba viviendo de pequeños trabajos, pero que hacía 2
meses no recibía ningún ingreso.
Alberto resuelve contratar Alfredo para servicios generales
en la panadería, y además le prepara una canasta básica con alimentos
para 15 días. Alfredo con lágrimas en los
ojos le agradece a Alberto su confianza, y se compromete a
llegar temprano en la mañana siguiente para empezar a trabajar en la
panadería.
Al llegar a casa con alimentos para su
familia, Alfredo era un hombre nuevo. Sentía
esperanzas, sentía que su vida tomaría nuevo impulso. Dios
le estaba abriendo más que una puerta; era toda una esperanza de días
mejores.
Al día siguiente, a las 5 de la mañana, Alfredo estaba en la puerta de
la panadería ansioso para iniciar su nuevo
trabajo. Alberto llega y le sonríe a aquel hombre que
ni él sabía porqué estaba ayudando. Tenían la misma edad,
32 años, e historias diferentes, pero algo dentro de él le decía que
lo ayudara, y no se equivocó. Durante un año, Alfredo
fue el más dedicado trabajador de aquel establecimiento, muy honesto
y extremadamente celoso con sus deberes.
Cierto día, Alberto llama a Alfredo para una charla y le habla de
la escuela que se abrió para alfabetizar adultos una cuadra
arriba de la panadería, y lo motiva para que entre a la escuela a
estudiar.
Han pasado doce años y Alfredo nunca ha olvidado su primer
día de clase: la mano trémula en las primeras letras y
la emoción de la primera carta. Ahora es el licenciado en
leyes, Dr. Alfredo de Madeiros y abre por primera vez su oficina
como abogado para atender a un cliente, y después a otro, y
después a otro más. Al medio día, él sale de su oficina y se dirige
a la panadería de su amigo Alberto para tomar un café.
Alberto queda impresionado al ver a
su antiguo empleado tan elegante en su primer día de abrir su oficina
como abogado.
Pasan diez años y ahora el Dr. Alfredo de Madeiros, ya con
una clientela que mezcla los más necesitados que no pueden pagar,
y los más adinerados que pagan muy bien; decide crear una institución
que ofrece a los desvalidos de la suerte, que andan por las
calles, desempleadas y carentes de todo; un plato de comida
diariamente a la hora del almuerzo.
Más de 200 comidas se sirven diariamente en aquel lugar administrado
por su hijo, el ahora nutricionista Ricardo de Madeiros. Todo
cambió, todo pasó, pero la amistad de aquellos dos hombres,
Alberto y Alfredo impresionaba a todos los que conocían un poco
de la historia de cada uno.
Cuentan que a los 82 años los dos fallecieron el mismo día, casi que
en la misma hora, muriendo plácidamente con una sonrisa del deber
cumplido. Ricardito, el hijo, mandó grabar delante de la
"Casa del Camino", que su padre fundó con tanto cariño:
- "Un día yo tuve hambre, y me
alimentaste. Un día yo estaba sin esperanzas y me diste
un camino. Un día me desperté solo, y me diste a Dios, y eso
no tiene precio. Que Dios habite en tu corazón y alimente tu
alma. Y que te sobre el pan de la misericordia para compartirlo
con quien lo necesite".
Autor
Desconocido
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:- ¿Qué movió a Alberto a mostrarse generoso con Alfredo?. ¿Y a Alfredo el serlo también con Alberto?.
- ¿Qué enseñanzas nos aporta este relato?.
- ¿Qué experiencias destacarías en tu vida en las que también tú has experimentado el amor de los demás y luego esa experiencia te llevó a vivir eso mismo con otras personas?. Comparte alguna de esas experiencias.
- ¿A qué te vas a comprometer hoy para demostrar amor -desinteresado- por las personas con las que te relaciones?.
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