Casi todos
hemos tenido oportunidad de ver, en alguna ocasión, una persona dominada por la
ira. Su aspecto, sus modales y sus palabras infunden temor y, a la vez, una
profunda compasión.
La ira es
un sentimiento intensamente negativo, que brota y arraiga fácilmente en el alma
de quienes están poseídos de amor propio, de orgullo, de vanidad, y pretenden
que quienes los rodean les obedezcan ciegamente sin contradecir jamás sus
deseos, ideas o disposiciones, pues su orgullo los hace sentirse superiores a
los demás y con derecho a exigirles obediencia y sumisión.
Por eso,
cuando los hechos o las palabras de otras personas no coinciden con sus ideas,
deseos o conveniencias, o simplemente les molestan, toda la fuerza de esos
sentimientos negativos estalla, nublándoles la mente e impidiéndoles razonar.
En su
ofuscación se sienten atacados, aunque nadie los ataque, e impulsados a tomar
represalias por ofensas que, casi siempre, sólo existen en su imaginación.
Cuando más
se deja arrastrar una persona por el bajo impulso de la ira, más y más ésta se
arraiga en su alma, llenando su vida de rencor y descontento por todo.
Por otra
parte, el estado de excitación que la ira provoca en la persona produce en ella
un desequilibrio nervioso que además de evidenciarse en su aspecto y ademanes,
puede producir trastornos fisiológicos de toda índole en su organismo,
originando alteraciones que suelen tener consecuencias muy desagradables.
Todo esto
nos demuestra lo perjudicial y hasta funesta que resulta la ira para nuestro espíritu y para nuestro cuerpo, y lo importante que es controlarla, con
todas nuestras fuerzas, para evitar hacer daño a los demás y a nosotros mismos.
La ira no
brota en el alma de quienes son verdaderamente humildes, de quienes aman a
todos, de quienes tratan constantemente de perfeccionarse, sino en el alma de
aquéllos que, como dijimos, se aman excesivamente a sí mismos, son orgullosos y
se sienten superiores a los demás.
Esto nos
demuestra los beneficios de vivir en el amor y en la humildad y, también, la
necesidad de analizar permanentemente nuestros pensamientos, sentimientos y
reacciones, a fin de eliminar de nuestra alma el amor propio, origen de tantos
y tantos males.
Cuando
veamos a una persona dominada por la ira, deberemos considerarla como
gravemente enferma pues la ira es una grave enfermedad del alma – y nuestra
reacción no deberá ser de enojo ni de rechazo, sino de amorosa compasión,
procurando ayudarle - con nuestros buenos deseos y nuestros buenos pensamientos
– a dominar esa enfermedad del alma y liberarse de ella.
En esa forma
estaremos obrando de acuerdo con la Ley Divina del Amor.
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:
- ¿Compartes los planteamientos de este escrito?. ¿Te puede alguna vez la ira?, ¿cómo se manifiesta en ti cuando te está ganando la partida?.
- ¿Tendríamos que "reprimir la ira"... o más bien "aceptar que la tenemos ahí a veces y de inmediato analizar bien sus motivos para salir fuera"?, ¿cómo llevar a cabo un buen autocontrol que no represión?.
- ¿Qué nos sugiere el texto que debemos hacer con quien se ve preso de la ira?, ¿y con nosotros mismos cuando nos suceda lo mismo?.
- ¿Qué vas a hacer hoy para demostrar mayor comprensión con quien se manifieste de manera iracunda?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario