Érase una vez en un lugar en las montañas hace muchos años donde todo era verde y lleno de vida.
Vivía una abuelita tan linda que le encantaba bordar después
de alimentar a los animalitos del rancho y traer la leche del establo, gustaba
de sentarse en la puerta, ¡si! justo en la puerta con su taza de café de olla
con sabor a canela, piloncillo y un toque de anís, con costura en mano bordando
tenangos, ella miraba desde ese lugarcito las casas de sus hijos (ahora que lo
pienso fue muy inteligente la idea de construir su casita en una pequeña
ladera, de de ahí se miraba todo lo que ella amaba, sus familia).
Pues como era de esperar ella tenía nietos y, miren, les cuento que tuvo 14 hijos; a decir verdad en esa época era la cruda realidad: las familias eran muy grandes y bueno no había doctores y lo bebés llegaban al mundo de milagro y si enfermaban pues se sabían los remedios de hierbas que ayudaban mucho.
Pero a través del tiempo fueron muriendo sus hijos, algunos dejaron familia otros eran aún pequeños, aún recuerdo cuando hablaba del Juan, era el más querido; mi madre, que salió muy joven del "bopo" así se llama el lugarcito aquel, no llegó a despedirse pues yo tenía días de nacida; eso a mi madre aun le causa tristeza, pero algunos meses después me llevó ahí y mi abue por fin me conoció; yo era una de mucha nietas, pero mi abue siempre fue linda con todos y mi abue que ya estaba enfermo era muy tierno; aún, parece mentira, aún recuerdo su carita morena con esa pequeña sonrisa que escapaba a pesar del dolor.
Como era gente de campo un día en el chilar (en la punta del cerro se sembraban los chiles, sólo ahí se tenía buena cosecha de ello) descuidado le mordió una víbora de cascabel, mis tíos le ayudaron y sobrevivió pero le dio cáncer; mi padre que venía de la ciudad preocupado lo llevó al hospital; por meses estuvo ahí con él pero ya no había mucho que hacer y regresó a su tierra; él ya tenía los ojos apagados, el dolor ya era mucho y la vida se apagaba, pero aún recuerdo esa mañana que salimos a caminar con todos mis primos recorrer las tierras y ver la grandeza del trabajo forjado con el sudor de gente humilde y trabajadora; él por la noche murió, llegó a casa y encendió la luz, mi madre estaba desconsolada pero ya no le dolía nada a mi abuelito; mi abuelita Cayita se le miraba la tristeza, toda una vida juntos pero sonreí al mirarlos y ahí entendí que el amor puede transformar el mundo en cualquiera de sus versiones...
Después a mi Cayita se le veía ahí sentadita en la puerta de su casita de madera como esperando los recuerdos; a veces me escapaba y me sentaba ahí juntito a ella y me contaba las historias sobre mi abuelo... No les dije, él se llamaba Fausto... Recuerdo mucho una donde él llega de una feria porque el tenía gallos de pelea y mi abue no le gustaba cuidar esos gallos; jejeje con risa traviesa me platicó que dejó la puerta entreabierta para que se fueran pero mi abue los tenía tan bien entrenados que no se fueron y ella enojada tuvo que seguir cuidando…
Lo querían; “hija”, me decía, mientras me enseñaba a bordar
y qué colores combinaban.... ¡Ah! porque mi abue no sabía leer ni escribir y
menos matemáticas pero no sé cómo hacía que vendía leche, hacía queso, tenía
chiles en vinagre y piloncillo y nunca nadie le robó.... Creo que ella sí sabía
pero nos decía: “estudien y escriban”…
La verdad es que mi abue siempre nos defendía; ella vivió
105 años y los últimos años los vivió con mis padres, así que aún conoció a mis
hijos y bueno disfrutamos de ella y creo que ella de nuestros pequeños; aún la
recuerdo sentadita bordando, nunca dejó de bordar, aun no veía bordaba, decía
que una persona que hace lo que le gusta jamás muere y tiene razón...
Ahora mis recuerdos son lo más bonito.
Mgabriel Portilla PatricioMÉXICO
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