No
fue la herida del costado
no,
la que provocó tu muerte,
fue
el desenfreno de la gente,
la
lujuria del cuerpo deseado.
Ni
esos clavos en pies y manos,
fue
la renuncia de un pueblo,
que
a tu suerte te abandonaron.
No
fueron de tu corona las espinas,
las
que hicieron sangrar tu frente,
si
no esos corazones impíos,
que
provocan la actitud insurgente.
No
fueron las manos de Pilato,
ni
el beso de Judas pagado,
los
que a morir te condenaron,
si
no el odio de unos cuantos.
No
fue la herida del costado
la
que te causó la muerte,
sino
el amor de Nuestro Padre,
para
redimirnos del pecado.
Isabel San José Mellado
Derechos de autor - España
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