Ser tolerante no es sinónimo de aceptar todo lo que nos manifiesta el otro, ni de transigir en todas las ocasiones con las propuestas de
nuestros semejantes. La tolerancia se basa en la capacidad para comprender al
otro, pero sin fundirnos con él ni con los mensajes que nos transmite. Es decir,
el tolerante es el que admitiendo las diferencias, no las agrede ni las
ridiculiza y es respetuoso con los demás, aunque no claudica de su posición o
criterio.
Somos tolerantes cuando aceptamos el fallo del otro (una mala maniobra
con el automóvil, por ejemplo), una valoración negativa de nuestro quehacer o
bien una posición contraria sobre educación, religión, política o la misma ideología
sobre la vida. Y en todos esos casos, lo opuesto o diferente, no se vive como
una agresión, sino como una autoafirmación del otro.
Así, ser tolerante en la familia, por ejemplo, implica un respeto mutuo
entre todos sus miembros, siempre y cuando las opciones personales no perturben
la estabilidad y el buen funcionamiento de todo el colectivo.
En este sentido, podemos afirmar que las relaciones humanas son como las
cuerdas de una guitarra: necesitan de un tono especial (ni más ni menos) para
funcionar adecuadamente; si se tensan mucho se rompen o por contra, no suenan
bien.
Gráficamente lo expresaba Freud al afirmar que la convivencia entre los
seres humanos se parece mucho a la relación de las amebas con su medio. Esos microorganismos,
a través de sus pseudópodos, se relacionan con su entorno pero sin dejar que su
núcleo se modifique. El ser humano deberá aprender a comunicarse con los otros,
pero sin renunciar a su propia esencia y criterio. El tolerante, pues, no
reniega de sus creencias o valores, pero al mismo tiempo tiende un puente de
comprensión y de acercamiento hacia las ideas o actitudes de sus semejantes.
Se puede ser tolerante y no claudicar de las propias convicciones. Pero, para ser tolerantes
se requiere un yo fuerte, no rígido, que admita al otro en toda su amplitud y
que sus diferencias no se vivan como amenazas contra uno mismo. En definitiva,
el intolerante es un ser débil que se defiende ante cualquier situación
diferente o inesperada. Su debilidad le lleva a sentirse amenazado por todo lo
que se sale de su esquema de valores. Su única respuesta es la descalificación
y el rechazo.
Por esto, el
gran antídoto contra la intolerancia es la asertividad: esa seguridad
psicológica en nosotros mismos que nos permite, incluso renunciar a nuestros
propios deseos, sin miedo a ser destruidos o que el otro nos anule.
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:
- Según esto ¿qué diferencias hay entre una persona tolerante de otra intolerante?, trata de nombrar todas las posibles señaladas en el escrito.
- ¿Cómo nos sentimos cuando alguien se muestra con nosotros de esa manera intolerante?. ¿Cómo creemos que se sentirán los demás cuando somos nosotros los intolerantes?.
- ¿Es posible un diálogo honesto así?, ¿cómo construir ese diálogo o al menos no concluirlo de malas maneras a pesar de la intolerancia de una de las partes?.
- ¿Cuál puede ser tu compromiso en el día de hoy para crecer en tlerancia respecto a los demás y también para que la intolerancia de otros no rompa la armonía contigo mismo/a y con tu entorno?.
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