Acerca de Don Carlos, Obispo emérito de Talca, quien hizo de la
síntesis de fe, una voz clara, portadora de mensajes francos, directos, bondadosos y
al mismo tiempo esclarecedores.
Es parte de una historia, que trascendió a las fechas y
nos sitúa en grandes momentos de la vida de nuestro pueblo, de Latinoamérica y
de la Iglesia en el mundo.
Obispos como Manuel Larrain y Don Carlos, fueron parte de
un grupo selecto de obispos que sumaron a la fe, la inteligencia, para hacer
una lectura certera de la realidad y ofrecer, desde su palabra, nuevos caminos,
para nuevas esperanzas.
¿Quién es este hombre, que siendo anciano, convocó a su
lecho de enfermo, a tantos y tantas personalidades de la vida nacional y a
personas humildes, que le expresan gratitud por ser como es, por hacer lo que
hizo, por decir lo que otros por comodidad callan?. Ese hombre, que invitó
a Jesús a ser parte de su ministerio, y que abrió comillas para hacer
suyas las palabras de García Márquez; “existe la vejez; pero la muerte no llega
con los años, sino con el olvido”. “Nadie te recordará por los pensamientos
secretos, pide al Señor la fuerza y la sabiduría para expresarlos. Demuestra a
tus amigos cuanto te importan”.
Ese obispo que dejó el “monseñor” para el trato
protocolar y que aceptó, como parte de su relación con la comunidad, que le
dijeran sencillamente, Don Carlos; que lo hizo cercano y nuestro.
Acepta la vida con todo lo que ella trae, incluso la
muerte, y la agradece, llama a Jesús y se alegra por la cercanía que viene,
hace que quienes escriben desde la otra orilla de la fe, lo hagan conmovidos y
sientan que lo que no puede el sentido de Dios, lo puede también el amor y la
amistad.
Ese hombre que vive en paz, que es hermano del silencio,
que escucha con inteligencia y habla con lucidez. Que cree que la gente es en
verdad buena. Ese hombre alto, cano, de mirada potente y con los colores de la
ternura. Ese que tomó uno a uno los desafíos para resolverlos. Ese obispo que
hizo ver el error y la injusticia a los que derrocaron al Presidente Allende,
masón y socialista, pero no para vencerlos, sino para convencerlos. El que no
tenía miedo y fue el primero en perdonar en conciencia a los que le
ofendieron como obispo. El que hizo de la
opción preferente por los pobres una decisión y creó soluciones para los
campesinos que necesitaban de apoyo y visión.
La libertad se quedó en su
alma y dejó que la vida lo viviera con serenidad y alegría. Nos dicen que
ahora, espera que se cumpla el momento con su lema episcopal: “Ven, Señor
Jesús” y esperamos que ese encuentro sea como debe ser, amable, concreto y
bueno. El obispo que cierra los ojos para ver y que deja que el silencio diga
todo lo que sabe. Seguro que, como siempre, debe estar buscando respuestas
nuevas para lo que no conocemos, para lo inesperado. Debe estar como decía,
rezando por algo, nunca por nada, seguramente por la Iglesia, por su pueblo,
por quienes le han dado con ternura el abrigo fundamental de sentirse querido,
por la juventud y por los pobres, especialmente por los campesinos, por los que
estamos al otro lado de la fe y nos unimos en amistad y cariño. Ese hombre, feliz
de ser lo que es, ahora anciano y tan cercano de sus sueños, es el Obispo
emérito de Talca, nuestro Don Carlos.
Por Samuel Jiménez Moraga.
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:
- ¿Qué sensaciones te produce esta carta que escribió Samuel Jiménez Moraga haciendo mención al obispo Don Carlos?.
- ¿Qué expresiones hallas en dicha carta de lo que "sencillez" significa?, ¿que crees que le ayudó a Don Carlos a vivir con esa sencillez?.
- ¿Y nosotros/as?. ¿Cómo podríamos vivir de una manera más sencilla y más en paz con nosotros/as mismos/as?.
- ¿Cuál va a ser tu compromiso de hoy para crecer en sencillez y que ésta la puedan notar los demás?.
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