La fraternidad hace posible tratar a quienes tienen los mismos
derechos fundamentales (todos son hijos de los padres) de forma distinta, para
que cada cual desarrolle los dones que le son propios. Así, no todos han de
seguir el mismo camino, no todos han de tener los mismos bienes, no todos han
de llevar a cabo las mismas tareas. Las relaciones se rigen (por lo menos a
menudo) por el principio de reciprocidad: uno da algo a otro esperando, pero
sin derecho a exigir, algo a cambio. Este es un principio que rige muchas
relaciones humanas (y que debería extenderse a otras).
El
ejercicio de la fraternidad se da de forma natural, claro está, en la familia.
Uno de los frutos de la convivencia familiar, el más importante para lo que nos
ocupa, es la introducción al bien común. Hay cosas que se hacen por el bien de
la familia, por el logro de la armonía familiar; ese bien de la familia no es
ni privativo de cada uno, ni de todos en general: es el bien de todos en tanto
que forman una unidad. Es la versión más tangible, accesible a todos, la
analogía del bien común, ese concepto de tan difícil definición.
El
concepto de bien común es precisamente lo que diferencia la economía civil de
otras variedades de la economía de mercado y, en particular, de la variedad que
llamamos capitalismo.
La
economía civil (creación de los franciscanos italianos de los siglos XIII al
XV, continuada en parte por la Escuela de Salamanca de los ss. XVI y XVII) es
una economía de mercado, que se rige por principios parecidos: división del
trabajo, acumulación, libertad de empresa, regulación de la competencia; pero
orientada, no a la maximización del beneficio individual, sino al bien común.
Esta
distinta orientación tiene, naturalmente, consecuencias prácticas. La más
llamativa es quizá la que trata del futuro del trabajo:
Se
extiende el temor, no carente de fundamento, de ver desaparecer muchos trabajos
hoy al alcance de todos, y de terminar con una sociedad polarizada. Esta
posibilidad se debe a la operación del principio de maximización del beneficio
individual, del que se deriva una división del trabajo basada en la
maximización de la productividad: la que recoge Adam Smith en su célebre
ejemplo de la fábrica de alfileres.
Para
los pensadores de la economía civil, por el contrario, la división procede de
un principio: que el trabajo es parte integral de la condición humana, de modo
que la existencia de oportunidades de trabajar es un elemento del bien común, y
que cada hombre necesita trabajar no sólo para ganar su sustento. De ahí se
deriva que, como todos los hombres son distintos entre sí, las tareas han de
estar organizadas de tal modo que cada uno tenga algo que hacer que se ajuste a
sus aptitudes e inclinaciones. La división del trabajo es, pues, un principio
que tiene manifestaciones distintas según sea el principio ordenador de la
sociedad de que se trate.
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:
- ¿Qué conclusiones obtienes de la lectura de este texto?. ¿Son aplicables a tu experiencia cotidiana?, ¿en qué y cómo aplicarlas?.
- Según el texto ¿en qué ámbito aprendemos el valor de la fraternidad y del bien común?. ¿Cómo estamos educando a nuestros hijos en relación con estos dos conceptos?.
- ¿Crees que hoy nos educan para desarrollar nuestras capacidades... o más bien educan nuestras capacidades para que funcionemos mejor en el "mercado laboral"?. ¿Qué podemos hacer al respecto?.
- ¿Qué vas a hacer hoy para expresar en tus hechos, o en alguno de ellos, la fraternidad humana a la que nos llama este artículo?.
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