Hace
algún tiempo, la directora de un colegio compartía con la profesora de
expresión plástica su preocupación por la conducta, poco respetuosa, para nada
colaboradora e incluso agresiva, de los alumnos de Secundaria.
La
profesora de plástica creía haber agotado todo tipo de estrategias didácticas
para motivar y centrar a sus alumnos, adolescentes de 15 y 16 años, pero no se
veían resultados. Se encontraba francamente desorientada. Además, todavía le
causaba mayor desazón el comprobar que los chicos y chicas incluso mostraban
ciertas dotes artísticas, visibles en los dibujos espontáneos en sus carpetas y
en otras actividades. Simplemente, parecía que ella no podía hacer emerger toda
esa creatividad en el contexto de la clase de plástica.
Teresa
le propuso consultar a un psicólogo que, desde fuera de la institución escolar,
pudiera aportar alguna pista sobre el comportamiento insoportable de los
jóvenes. El psicólogo trabajaba en un hospital psiquiátrico cerca del colegio,
y con gusto se prestó a reflexionar con ellas sobre la situación, e interpretar
algunas claves. Sin embargo, cuando ya daban por finalizada la entrevista con
el especialista, éste les planteó un reto insólito:
- "¿Decís que vuestros alumnos
no son malos pintores?. Se me ocurre que tal vez podían ayudarnos a resolver un
problema: Resulta que hace poco inauguramos un nuevo pabellón en el hospital,
un pabellón para niños y niñas. Pero, desgraciadamente, no tenemos recursos
para decorarlo adecuadamente, y el pabellón es, en estos momentos, poco más que
un barracón de cemento frío y gris, muy poco apropiado para acoger niños con
problemas de salud. ¿Y si les planteáis a vuestros jóvenes que colaboren con
nosotros?. ¿Y si nos sugieren murales para alegrar las paredes y conseguimos
pintura para ponernos manos a la obra?"...
Animadas
con esta perspectiva, la directora y la profesora de plástica empezaron a
imaginarse el proyecto. Poco tiempo después, en el marco de la clase de
plástica, el psicólogo planteaba directamente este reto a los jóvenes.
De
pronto, cambió el “chip” en la clase. Y los alumnos se pusieron por primera vez
a trabajar en serio y con entusiasmo. Además, intercambiaban con los
profesionales del hospital, los cuales realmente necesitaban su colaboración y
esperaban resultados tangibles.
El
proyecto trascendió la clase de plástica. Por ejemplo, en la clase de
matemáticas ejercitaron las proyecciones a escala: ¡no es lo mismo dibujar en
un folio que en una pared de doce metros cuadrados!. También tuvieron que
calcular la cantidad de pintura necesaria, incluso hacer una pequeña campaña
económica para conseguirla. Por supuesto, aprendieron a escoger los diseños y
colores más adecuados para niños y niñas pequeños, poniéndose en su lugar, y
ejercitaron más que nunca la discusión y el trabajo en equipo, la organización
y el autocontrol. Para completar, resulta que cuando iban por la ciudad
comprando los materiales, los comerciantes, sorprendidos, les preguntaban el
motivo, y en más de una ocasión colaboraron donando gratuitamente botes de pintura.
Naturalmente,
no todo el trabajo se llevó a cabo en el espacio de la clase de plástica. Hubo
una dedicación fuerte fuera de las horas lectivas. El entusiasmo de los
jóvenes, del profesorado, de los profesionales del hospital y del conjunto de
la comunidad fue el motor de superación de las dificultades. Los problemas de
disciplina y convivencia en la clase de plástica se esfumaron. La
decoración del pabellón infantil del
hospital fue un éxito rotundo y, además, el colegio obtuvo por ello una distinción
pública.
Al
reflexionar sobre las claves del éxito en la mejora de la empatía de los
jóvenes y de la convivencia en el aula, la directora y la profesora de plástica
identificaron unas cuantas pistas:
- Los jóvenes habían sido invitados a hacer algo útil para la comunidad. Habían hecho algo realmente “importante”... Habían trascendido el “nosotros” para acercarse a “los otros”.
- Habían sido valorados y considerados justamente su compromiso, esfuerzo y resultados, lo cual había aumentado su autoestima como individuos y como grupo.
- El centro de la atención se desplazó de su ombligo. Dejaron de dar vueltas y broncas, tanto profesores como alumnos, al eje de su “mal comportamiento”.
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:
- ¿Qué fue lo que motivó a los alumnos a mejorar su conducta, tomar interés por su trabajo y obtener buenos resultados?.
- ¿Qué había de especial en este trabajo académico?. ¿En qué influyó la "relación" del alumnado con las personas externas al instituto?. ¿Qué nos indica esto?.
- ¿Cómo conseguir nosotros/as una mayor motivación en el quehacer cotidiano, tomándolo con mucha mayor ilusión y ganas en lugar de como una sucesión de trabajos siempre los mismos?.
- ¿Cuál va a ser tu compromiso de hoy para desarrollar tu empatía y así lograr que ésta haga crecer tu motivación?.
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