El ser humano es
sociable por naturaleza, pero no por ello quiere decir que nos sepamos
desenvolver bien socialmente.
Las habilidades sociales
nos sirven para establecer relaciones sociales satisfactorias, pero no solo
dependen de nuestras herramientas o de cómo nos desenvolvemos socialmente,
también de cómo gestionamos nuestros sentimientos y los de los demás.
Las relaciones
sociales pueden ser un arma de doble filo, ya que por un lado pueden ser
nuestra fuente de bienestar, nos ayuda a conseguir nuestros objetivos, nos
sirve como efecto amortiguador cuando surge un problema en otra área y nos hace
sentirnos bien al disfrutar de planes que deseamos con nuestros amigos o
familiares fomentando nuestro autoconcepto (imagen que nos formamos de nosotros
mismos) y autoestima (valoración de esa imagen que hemos creado).
Pero por el otro
lado, pueden generarnos mucho malestar si no sabemos cómo podemos afrontar un
determinado problema o conflicto, teniendo repercusiones en nuestro estado
psicológico, ya que puede aparecer emociones cómo frustración, ira o tristeza,
que mantenidas en el tiempo y sumadas a un déficit en las relaciones sociales
pueden favorecer la aparición de ansiedad o depresión.
Muchas veces nos
dejamos llevar por nuestras emociones y decimos cosas que nos vienen a la
cabeza de las que luego nos arrepentimos. Estas situaciones, generalmente y
aunque no todas, vienen determinadas por nuestras vivencias, experiencias
sociales previas e interpretación que hagamos de la situación, es decir, que ante
una misma situación social dos personas van actuar de maneras diferentes porque
ambas personas no interpretan de la misma manera el lenguaje no verbal o el
mensaje que se trasmite.
Y esto afecta en
la calidad de nuestras relaciones, porque algunos de nuestros pensamientos
anticipatorios determinan nuestra conducta, por ejemplo si yo estoy en una
parada de autobús y una persona me sonríe puedo interpretar que le agrado a esa
persona o puedo interpretar que estoy haciendo el ridículo porque esa persona
se está riendo de mí.
Otro aspecto que
influye en la manera de relacionarnos es expresar nuestra opinión. Muchas veces
se generan conflictos entre dos personas que no están de acuerdo, favoreciendo
que haya algún conflicto entre ambas. Por ello es importante gestionar cómo
trasmitimos nuestra opinión y cómo hacerlo, debido a que nos tenemos que
adaptar tanto a como trasmitir a la persona que tenemos delante, cómo a la
situación de una manera correcta.
Pero ¿qué es de
manera correcta? Consiste en saber qué
es lo que quieres en cada momento, en no exigir, en aceptar nuestras
limitaciones, en luchar por conseguir nuestros objetivos, en mantener tus ideales
y en aprender a manejar y comprender de manera adecuada sus sentimientos o
emociones y las de los demás.
Por lo que no es
cuestión solo de aprender a cómo y cuándo decir las cosas, también hay que
aprender a gestionar nuestras emociones para no arrepentirnos de lo que hacemos
o decimos cuando nos convertimos en pura emoción.
¿Cómo podemos
gestionar las emociones?
En primer lugar
tenemos que conocernos, conocer cuando empezamos a enfadarnos y discriminar
cuando estamos en nuestros niveles más altos de enfado.
Podemos verlo como
si fuéramos un semáforo, cuando estamos en verde, nos encontramos bien,
tranquilos, cómo normalmente somos. En ámbar es cuando empezamos a encontrarnos
irritables, molestos, notamos que nos estamos enfadando. Por último, el semáforo
se pone en rojo porque estamos realmente enfadados, en este estado no es
aconsejable tomar decisiones o realizar algún acto, ya que al estar
influenciados por una emoción intensa, es más probable que crucemos ciertos límites que si estamos en
luz verde no haríamos, porque conocemos las repercusiones que pueden tener.
Diferenciar en
que color nos encontramos es uno de los primeros pasos para poder utilizar
herramientas con el objetivo de reducir el número de veces que llegamos al
color rojo, y es que no actuamos igual si estamos tranquilos que si estamos
enfadados.
Técnicas cómo
relajación (respiración abdominal, relajación muscular, etc.),
autoinstrucciones (frases cortas que nos orienten a nuestro objetivo), tiempo
fuera (sobre todo cuando nos encontramos en el color rojo, tenemos que
distanciarnos de la situación que nos está generando esa emoción) o
reestructurar pensamientos (aprender a darnos cuenta de si lo que pensamos es
lo que nos está causando un estado emocional determinado, de si algún
pensamiento anticipatorio está impidiendo que sigamos avanzando o si tenemos
algún prejuicio que nos está frenando y aprender a poner alternativas a esos
pensamientos) son algunas de las que puedes utilizar para gestionar las emociones.
Las relaciones
sociales se ven afectadas cuando aparecen los conflictos o discrepancias entre
amigos o familiares, el aprender a gestionar las emociones es clave para una
mejor calidad de nuestras relaciones al favorecer un ambiente más cómodo y agradable,
y al fomentar el bienestar psicológico y social.
En resumen
podemos decir que las habilidades sociales, no solo dependen del contexto
también dependen de la gestión que nosotros hagamos de nuestras emociones.
Cuestiones para reflexionar
- ¿Cómo son mis relaciones sociales?
- ¿Me desenvuelvo bien?
- ¿Soy capaz de afrontar los conflictos de una manera adecuada?
- ¿Me dejo llevar por mis emociones?
- ¿Suelo pensar lo que quiero decir antes de hacerlo?
- ¿Se gestionar mis emociones?
- ¿Si no estoy de acuerdo con la opinión de una persona, se lo digo de manera adecuada?
- ¿Me ha afectado en mis relaciones sociales que me dejara llevar por mis emociones?
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