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domingo, 27 de septiembre de 2015

Hasta luego, amigo

Un mensaje de whats app me hizo saber que "no me ibas a poder contestar al teléfono si acaso decidiera llamarte".
"Le dio algo", decía la nota. Y una puerta pareció entreponerse entre tú y yo que se cerraba hasta sabe Dios cuándo en que también yo la cruce.
Mil torrentes de recuerdos, imágenes y sentimientos inundaron mi interior y llevaron a regar en oleadas mis mejillas después de que éstos convulsionaron todos mis adentros.
Recuerdo aquel día en que llegaste al colegio La Salle de l'Alcora. Eras nuevo, venías de otro colegio y como tú eras de El Castillo y yo de Zucaina... pensaron que era buena idea ponernos juntos.
Eras hablador... aunque no mucho más que yo y desde el primer instante nos entendimos muy bien.
Te encantaba gastar bromas y tratar de cabrearme haciéndome algún rayajo en mis libretas; mi respuesta siempre era doble a lo que correspondías con la misma proporción: siempre el doble. Nuestros enfados duraban lo que se tardaba en pronunciar la última palabra para luego salir juntos a jugar, correr, reir,...
Tú tenías de todo: tus padres podían permitirte eso y mucho más; yo... tenía también unos padres maravillosos pero no tenía nada material que pudiera interesarte.
Tú me invitabas a diario a ir a tu casa a jugar, disfrutar de tus lujos (para mí tu vida era un lujo),... pero apenas fui, no porque no quisiera sino porque mi vida estaba hecha a otra manera de ver las cosas.
¿Te acuerdas cuando tus padres te compraron aquella "Montesa"?. No tardaste ni 5 minutos en plantarte a la puerta de la casa de mis padres para invitarme a dar una vuelta con ella montados los dos en ella... aunque aquello no tenía asiento ni siquiera para uno solo.
¡Tantas diabluras!. Sí, muchas diabluras que demuestran que es un milagro que no nos matáramos en cualquiera de ellas: riscos a los que subir... y luego descender, cuevas que explorar sólo por el placer de lo imprevisible sin otro equipamiento que nuestras habilidades personales y unas linternas que siempre se agotaban en el mejor momento, de las emociones fuertes sin cinturones ni arneses de seguridad, árboles en los que encaramados jugábamos a pillar y desde sus ramas saltar de unas a otras como si de monos se tratara... una de ellas clafió y estuvo a punto de dar con tus huesos en las rocas del río ¿te acuerdas?.
Juntos atravesamos el Sitjar con una barca hinchable que casi hundíamos sólo con nuestro peso y nos lanzábamos luego desde peñascos al agua sin saber si tras la superficie habían dos metros de profundidad o sólo dos palmos de agua,...
Era tal la confianza en todas las decisiones que tomábamos fuere de quien fuere la idea que... no había miedo capaz de paralizarnos. Era tal la confianza en nosotros, del uno en el otro, que daban igual todas las posibles consecuencias.
A mis 16 años me tocó poner muchos km de por medio porque me fui a emprender unos estudios que darían un cambio fundamental para mi vida,... pero la amistad continuó. Las cartas que intercambiábamos reemplazaban a nuestros encuentros y las palabras escritas a todos nuestros cotilleos en vivo de todo lo que nos parecía.
Me enviabas fotos de lo que siempre habíamos hecho: de aquella tienda de plástico transparente que nos fabricamos nosotros mismos, de las chocolatadas en el río y el acoso a las culebras de agua para aliviar su agobio sobre ranas y peces, de tus saltos de trampolín en las piscinas, de tu moto siempre embarrada y tú caído por los suelos pero con la risa siempre dibujada en tu rostro (era lo tuyo).
Al final de tus cartas solías decir:
- "Los viejos tiempos volverán Santi, volverán, tú verás".
"Volverán", José Luis, volverán. Voy a confiar en esta última aventura a la que me invitas porque ya he comprobado que lo que nos ha unido y nos sigue uniendo no son todas las locuras que se nos ocurrieron llevar a los hechos sino la confianza que pusimos en nosotros mismos y en el valor de nuestra amistad.
  Hasta luego, José Luis.

CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:
Ésta es una carta de "despedida" sin querer despedirse. Cada cual escribe las suyas cada vez que se produce la ausencia forzosa de alguien a quien más nunca vamos a poder ver en este mundo.
Esta carta pertenece al mundo interior de cada cual y no parece tener sentido buscar cuestiones para la reflexión sobre ella, pero... podemos dialogar sobre lo que todos tenemos en común al respecto:
  • ¿Quiénes hay en tu interior, que ya no están físicamente aquí, y d elos cuales te cuesta despedirte?.
  • ¿Qué crees que es lo mejor para ellos y para ti en estas circunstancias?.
  • ¿Qué hacer cuando alguien expresa sus sentimientos de manera desconsolada?, ¿tiene sentido decirle "no llores", "no sufras", "no te lamentes más",...?. ¿Cómo hacer con esta persona que sufre este vacío?.
  • ¿Qué puedes hacer hoy, tú también, para transitar tu duelo y ayudar a los demás a vivir el suyo?.

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