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miércoles, 26 de marzo de 2014

La ira

Casi todos hemos tenido oportunidad de ver, en alguna ocasión, una persona dominada por la ira. Su aspecto, sus modales y sus palabras infunden temor y, a la vez, una profunda compasión.
La ira es un sentimiento intensamente negativo, que brota y arraiga fácilmente en el alma de quienes están poseídos de amor propio, de orgullo, de vanidad, y pretenden que quienes los rodean les obedezcan ciegamente sin contradecir jamás sus deseos, ideas o disposiciones, pues su orgullo los hace sentirse superiores a los demás y con derecho a exigirles obediencia y sumisión.
Por eso, cuando los hechos o las palabras de otras personas no coinciden con sus ideas, deseos o conveniencias, o simplemente les molestan, toda la fuerza de esos sentimientos negativos estalla, nublándoles la mente e impidiéndoles razonar.
En su ofuscación se sienten atacados, aunque nadie los ataque, e impulsados a tomar represalias por ofensas que, casi siempre, sólo existen en su imaginación.
Cuando más se deja arrastrar una persona por el bajo impulso de la ira, más y más ésta se arraiga en su alma, llenando su vida de rencor y descontento por todo.
Por otra parte, el estado de excitación que la ira provoca en la persona produce en ella un desequilibrio nervioso que además de evidenciarse en su aspecto y ademanes, puede producir trastornos fisiológicos de toda índole en su organismo, originando alteraciones que suelen tener consecuencias muy desagradables.
Todo esto nos demuestra lo perjudicial y hasta funesta que resulta la ira para nuestro espíritu y para nuestro cuerpo, y lo importante que es controlarla, con todas nuestras fuerzas, para evitar hacer daño a los demás y a nosotros mismos.
La ira no brota en el alma de quienes son verdaderamente humildes, de quienes aman a todos, de quienes tratan constantemente de perfeccionarse, sino en el alma de aquéllos que, como dijimos, se aman excesivamente a sí mismos, son orgullosos y se sienten superiores a los demás.
Esto nos demuestra los beneficios de vivir en el amor y en la humildad y, también, la necesidad de analizar permanentemente nuestros pensamientos, sentimientos y reacciones, a fin de eliminar de nuestra alma el amor propio, origen de tantos y tantos males.
Cuando veamos a una persona dominada por la ira, deberemos considerarla como gravemente enferma pues la ira es una grave enfermedad del alma – y nuestra reacción no deberá ser de enojo ni de rechazo, sino de amorosa compasión, procurando ayudarle - con nuestros buenos deseos y nuestros buenos pensamientos – a dominar esa enfermedad del alma y liberarse de ella.
En esa forma estaremos obrando de acuerdo con la Ley Divina del Amor.

CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:

  • ¿Compartes los planteamientos de este escrito?. ¿Te puede alguna vez la ira?, ¿cómo se manifiesta en ti cuando te está ganando la partida?.
  • ¿Tendríamos que "reprimir la ira"... o más bien "aceptar que la tenemos ahí a veces y de inmediato analizar bien sus motivos para salir fuera"?, ¿cómo llevar a cabo un buen autocontrol que no represión?.
  • ¿Qué nos sugiere el texto que debemos hacer con quien se ve preso de la ira?, ¿y con nosotros mismos cuando nos suceda lo mismo?.
  • ¿Qué vas a hacer hoy para demostrar mayor comprensión con quien se manifieste de manera iracunda?.

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