sábado, 6 de abril de 2013

El pan de la misericordia

Pasaba del medio día, el olor de pan caliente invadía aquella calle.  Un sol ardiente invitaba a todos a un refresco.  Ricardito no aguantó el delicioso olor del pan y dijo:
-    Papá, ¡tengo hambre!.
El padre, sin tener un centavo en el bolsillo, caminando desde muy temprano buscando un trabajo, mira con los ojos mareados al hijo y le pide un poco más de paciencia.
-    Pero papá, ¡desde ayer no comemos nada, tengo mucha hambre, papá!.
Avergonzado, triste y humillado en su corazón de padre, Alfredo le pide al hijo esperar en la vereda mientras entra a la panadería que estaba en frente.  Al entrar, se dirige a un hombre que está en el mostrador:
-    Señor, estoy con mi hijo de tan sólo 6 años en la puerta, tiene mucha hambre, no tengo ni una moneda, pues salí temprano para buscar un empleo y nada he conseguido.  Le pido que en el nombre de Jesús me dé un pan para que yo pueda calmar el hambre de mi hijo.  En cambio, puedo barrer el piso de su establecimiento, lavar los platos y vasos, u otro servicio que usted necesite.
Alberto, el dueño de la panadería, mira a aquel hombre de semblante humilde y sufrido que le implora comida a cambio de trabajo, y le pide que llame a su hijo.
Alfredo llama a su hijo, lo toma de la mano y se lo presenta a Alberto, que inmediatamente pide a los dos se sienten en una mesa cerca del mostrador, y ordena servir dos platos de comida. 
Para Ricardito era un sueño comer después de tantas horas en la calle.  Para Alfredo un dolor más, ya que comer aquella exquisita comida lo hacía recordar a su esposa y a dos hijos más que quedaron en casa solamente con un puñado de arroz.  Al primer bocado, sus lágrimas empezaron a salir de sus ojos.  La satisfacción de ver a su hijo devorando aquella comida como si fuera un manjar de los dioses, y el recuerdo de su familia en casa, fue demasiado para su corazón tan cansado de más de dos años de desempleo, humillaciones y necesidades.
Alberto se aproxima a Alfredo y percibiendo su emoción, bromea para tranquilizarlo:
-    ¡Oh, María! tu comida debe estar sin sazón.  Mira a mi amigo, ¡hasta está llorando de tristeza!.
Inmediatamente, Alfredo sonríe y dice que nunca comió comida tan apetitosa, y que agradecía a Dios por tener ese placer.  Alberto le pide que se tranquilice, que almuerce en paz, que después conversarán acerca del trabajo.
Más calmado, Alfredo seca sus lágrimas y empieza a comer.  Luego, Alberto lo invita a su oficina.  Alfredo le cuenta que hace más de 2 años perdió su empleo y que desde entonces, sin una especialidad profesional, y sin estudios, estaba viviendo de pequeños trabajos, pero que hacía 2 meses no recibía ningún ingreso.
Alberto resuelve contratar Alfredo para servicios generales en la panadería, y además le prepara una canasta básica con alimentos para 15 días.  Alfredo con lágrimas en los ojos le agradece a Alberto su confianza, y  se compromete a llegar temprano en la mañana siguiente para empezar a trabajar en la panadería.
Al llegar a casa con alimentos para su familia, Alfredo era un hombre nuevo.  Sentía esperanzas, sentía que su vida tomaría nuevo impulso.  Dios le estaba abriendo más que una puerta; era toda una esperanza de días mejores.
Al día siguiente, a las 5 de la mañana, Alfredo estaba en la puerta de la panadería ansioso para iniciar su nuevo trabajo.  Alberto llega y le sonríe a aquel hombre que ni él sabía porqué estaba ayudando.  Tenían la misma edad, 32 años, e historias diferentes, pero algo dentro de él le decía que lo ayudara, y no se equivocó.   Durante un año, Alfredo fue el más dedicado trabajador de aquel establecimiento, muy honesto y extremadamente celoso con sus deberes.
Cierto día, Alberto llama a Alfredo para una charla y le habla de la escuela que se abrió para alfabetizar adultos una cuadra arriba de la panadería, y lo motiva para que entre a la escuela a estudiar.
Han pasado doce años y Alfredo nunca ha olvidado su primer día de clase:  la mano trémula en las primeras letras y la emoción de la primera carta.  Ahora es el licenciado en leyes, Dr. Alfredo de Madeiros y abre por primera vez su oficina como abogado para atender a un cliente, y después a otro, y después a otro más.  Al medio día, él sale de su oficina y se dirige a la panadería de su amigo Alberto para tomar un café.  Alberto queda impresionado al ver a su antiguo empleado tan elegante en su primer día de abrir su oficina como abogado.  
Pasan diez años y ahora el Dr. Alfredo de Madeiros, ya con una clientela que mezcla los más necesitados que no pueden pagar, y los más adinerados que pagan muy bien; decide crear una institución que ofrece a los desvalidos de la suerte, que andan por las calles, desempleadas y carentes de todo; un plato de comida diariamente a la hora del almuerzo. 
Más de 200 comidas se sirven diariamente en aquel lugar administrado por su hijo, el ahora nutricionista Ricardo de Madeiros.  Todo cambió, todo pasó, pero la amistad de aquellos dos hombres, Alberto y Alfredo impresionaba a todos los que conocían un poco de la historia de cada uno.
Cuentan que a los 82 años los dos fallecieron el mismo día, casi que en la misma hora, muriendo plácidamente con una sonrisa del deber cumplido.  Ricardito, el hijo, mandó grabar delante de la "Casa del Camino", que su padre fundó con tanto cariño:
-    "Un día yo tuve hambre, y me alimentaste.  Un día yo estaba sin esperanzas y me diste un camino.  Un día me desperté solo, y me diste a Dios, y eso no tiene precio.  Que Dios habite en tu corazón y alimente tu alma.  Y que te sobre el pan de la misericordia para compartirlo con quien lo necesite".
Autor Desconocido   
Si conoces a un niño, ámalo.
Si conoces a un anciano, compréndelo.
Si conoces a un enfermo, consuélalo.
Si conoces a un solitario, dale tu compañía.
Si conoces a un débil, fortalécelo.
Porque todas estas cosas: niño, anciano, enfermo, solitario, débil, has sido o serás alguna vez.  Necesitarás entonces amor, comprensión, consuelo, compañía y fortaleza.  Da todo esto cuando te necesiten, y todo esto recibirás cuando tú lo necesites.

CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:

  • ¿Qué hizo posible que los dos personajes más relevantes de esta historia llegaran a conectar,  entenderse y confiar el uno en el otro?.
  • ¿Qué otros personajes intervienen en este relato?, ¿qué valores hallas en ellos también?.
  • ¿Qué solemos hacer cuando nos encontramos con alguien que nos pide una ayuda, una limosna, algo de solidaridad?. ¿Cómo ayudarle de verdad?.
  • ¿Hay en el grupo  alguien que lo esté pasando realmente mal y le estemos ignorando o no le estemos prestando la atención necesaria?. ¿A qué nos comprometemos hoy para cambiar eso y demostrar mayor bondad para con las personas?.

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